Mecánica: el estudio de los monstruos


Viernes, 29 de Mayo de 2015 18:30

| Escrito por Roberto Gacio Suárez | | |


Estoy todavía bajo los efectos de la emoción que me produjo la puesta en escena de Mecánica, de Abel González Melo, dirigida por Carlos Celdrán con su compañía Argos Teatro. Emoción que encierra dos aspectos: la propia historia escenificada y la profunda huella estética que deja en mí un espectáculo de altísima calidad artística, si tenemos en cuenta la concepción escénica, el trabajo del elenco y los elementos plásticos y sonoros.

Mecánica surge de la transposición al presente y a nuestro contexto de la archiconocida y respetada Casa de muñecas de Henrik Ibsen. Inspirado por esa obra maestra, González Melo realiza una síntesis minuciosa: reescribe el original ibseniano y esta deriva creadora se erige en un material magnífico, contundente. Es una tarea compleja si conocemos la riqueza de la trama primigenia que el joven dramaturgo convierte en diálogo pulido, exquisito, engendrador permanente de acción. Una estructura sólida de gran teatro se respira aquí, una forma de construir el drama que, por encima de tendencias y modas, sigue siendo vigente y contemporánea.

Situado el conflicto en la Cuba actual, exactamente en la lujosa suite-despacho del matrimonio Telmer en el decimoquinto piso del Hotel Gran Cuba en la playa de Varadero, la obra dibuja un paisaje nuevo para la dramaturgia cubana. Penetra en el enmarañado bosque de intereses, corrupción, desviaciones éticas y en la mecánica de la ambición y el enriquecimiento de los nuevos ricos, capaces de aplastar a quien sea con el fin de escalar y hacer lo que haga falta por sostener las altas posiciones en la pirámide social que han usurpado o que han recibido como herencia de casta. Las relaciones de pareja también son objeto de atención aquí, ubicadas en un entorno que descompone los vínculos entre los protagonistas y parece borrar de sus vidas el amor para sustituirlo por mentiras, envidias y chantajes.

González Melo declara que se ha propuesto analizar el comportamiento de estos sujetos, sumergidos en una espiral de tensión creciente. El espectáculo de Argos Teatro consolida dicho análisis al centrarse con exhaustividad en las conductas de estos seres humanos, tan cercanos a nosotros pero tan ocultos en su propia selva. Al releer los patrones de Ibsen, González Melo transforma a la clásica Nora en Osvaldo Telmer (escritor), a Torvaldo en Nara Telmer (gerente de la cadena hotelera), al doctor Rank en la doctora Katia Pérez (vicegerente de Sanidad), a Krogstad en Carlos Rogbar (vicegerente de Finanzas) y a Cristina Linde en Linda Kristín (amiga de Osvaldo). Con el ajuste de género en los personajes el mapa humano se actualiza y el mítico drama ibseniano cuaja dentro de la realidad cubana como si fuera una obra escrita ahora mismo. Una fábula que introduce nuevos móviles y subtramas y que nos impregna de una genuina emotividad que viaja de inicio a fin de la función.

Dando muestras de su afinado pulso dramático González Melo apuesta por la síntesis y la precisión en el trazado de las nuevas biografías de los personajes y por un diálogo fluido que porta el conflicto y la dinámica situacional. Con mano maestra excluye de Mecánica el lenguaje de realismo sucio que tan bien funcionó en obras como Chamaco o Talco, y diseña un perfil lingüístico para esta clase de burgueses emergentes. Con afinado escalpelo penetra en las maneras y costumbres de esta casta de villanos privilegiados y oportunistas. Al manipular Casa de muñecas no solo pone en perspectiva a esta clase que resurge sino que también revela y profetiza el futuro, desnudando a quienes aspiran a tener el control y el poder.

Un texto de tan altos presupuestos solo puede funcionar con una realización inteligente, que parta de una verdadera investigación escénica como la que lleva adelante el talentoso director Carlos Celdrán, uno de los primeros de nuestro teatro nacional. La escenografía pulcra de Alain Ortiz define la elevada posición económica, con paneles y muebles blancos y una notable síntesis de objetos. La sugerente iluminación propuesta por Manolo Garriga, de gradaciones que acompañan la acción, realza y particulariza los diversos pasajes escénicos. No puede obviarse el diseño de vestuario de Vladimir Cuenca, en texturas y gamas que acentúan la elegancia y delinean con sorprendente belleza las siluetas de los intérpretes. La música de Denis Peralta acude solo en momentos exactos y al incidir en la trama otorga delicadeza al montaje.

Celdrán realiza la composición escénica a partir del dibujo conciso de los desplazamientos esenciales. Toma en cuenta lo fundamental de las situaciones y borda el movimiento de los intérpretes. En la medida que evoluciona el drama el director construye zonas, compone dinámicas corporales. En especial en toda la deslumbrante secuencia del desenlace juega con el equilibrio y las oposiciones al relacionar a Nara y Osvaldo como fieras enfrentadas, sin abandonar nunca el fino trazo visual del espectáculo. Y lo más increíble es que toda esta elaboración tan perfecta fluye como si naciera en el aquí y el ahora de la representación. Hay que felicitar a Celdrán por crear un entramado tan expresivo de entradas y salidas de personajes y por trabajar con tanta hondura los finales de las escenas, cuando los actores meditan o analizan cómo lo sucedido repercute en sus trayectorias vitales. Al salir, los cuerpos desaparecen físicamente pero la intensidad y la angustia permanecen en los espectadores.

El elenco es sumamente profesional y está integrado por cinco intérpretes en igualdad de condiciones, diferenciados solo por sus propios desempeños o, mejor dicho, por los límites de su participación en la trama. Es difícil, por no decir imposible, encontrar un elenco tan afinado sobre nuestros escenarios. La mayoría de los intérpretes llevan años con Celdrán y han aprehendido con sabiduría esta poética que siempre los reta, los guía, al proponer como principio la búsqueda y el mantenimiento de la verdad durante todo el tiempo de la representación. Ellos, me atrevo a decir, no representan en el sentido tradicional: más bien habitan los personajes, transcurren a través de sus conflictos y sus contradicciones y desarrollan así sus existencias escénicas.

Las actrices y los actores de Mecánica hacen tan suyos los diálogos que Abel González Melo ha escrito para ellos, que nunca asoma el texto como si hubiese sido aprendido de memoria. Sus acciones físicas se suceden durante las conversaciones: son pequeñísimos gestos o ademanes inherentes a los diversos estados de ánimo, ajustes que brotan junto a la intencionalidad de los parlamentos y que siempre tienen en cuenta la fricción entre el texto dicho y la instancia subtextual. Se disfruta la entrega honesta de cada uno; el logro de sus actuaciones otorga a la puesta, además, un placer estético añadido.

Yailín Coppola, como Linda Kristín, ofrece un carácter tragicómico. Su enfoque difiere en apariencia del resto de personajes aunque en el fondo ella también es una víctima de la maquinaria, por más que tenga que tomar decisiones fuertes y mentir en lo emocional para defender sus propios intereses profesionales. La actriz brinda orgánicos claroscuros a su interpretación, es la amiga simpática pero imprescindible, y su Linda resulta disfrutable en cada detalle y a plenitud.

Al abogado Carlos Rogbar el experimentado actor José Luis Hidalgo aporta una caracterización basada en el control de las emociones, que navega entre la exaltación, el desgarramiento, la debilidad y la súbita cólera. Sus modulaciones internas conforman un sujeto que se rebela ante el linchamiento pero sucumbe a sentimientos encontrados y circunstancias superiores a sus fuerzas. Hidalgo expresa con un limpio trazado sus estados emocionales y ofrece cabalmente las razones que justifican su conducta y que lo hacen un antagonista de altura.

La doctora Katia Pérez, encarnada por Rachel Pastor, constituye otra víctima, quizás de sus propias ambiciones y de la forma extraña en que ha ido tratando de labrarse un espacio en medio de los Telmer. La actriz se mueve entre el abatimiento ante la desgracia de perder en todo y la necesidad de reinventarse. El personaje muestra cierto patetismo y sorprende el nivel con que Rachel asume el giro trágico de su escena principal, al transitar frente a Osvaldo por la declaración de la enfermedad, la pasión y la rabia, lo cual convierte este en el mejor trabajo de la intérprete en su carrera.

Yuliet Cruz vuelve a alcanzar lo más alto con su interpretación de la gerente Nara Telmer. Va caracterizando con sutilezas y complejidades a la exigente, austera, elegante y ambiciosa funcionaria, construyendo una máscara de hipocresía y falsa moral que todo el tiempo está a punto de estallar. El espectador sigue a través de ella el crecimiento de la obra, las capas de misterio y profundidad psicológica que la dramaturgia y el montaje superponen, y por eso cuando llega la secuencia final del espectáculo es tan impactante e inmenso lo que ocurre. La actriz desarma su pose, se baja del pedestal y empieza a manifestar la mezquindad que es su verdadera naturaleza. Se muestra miserable, monstruosa, la imagen de la gerente se derrumba, se hace añicos, y uno asiste con estupefacción al nacimiento escénico de esta burguesa horrorizada ante la posible pérdida de su estatus. Yuliet Cruz vuelve a regalarnos una actuación de altos quilates, una clase de sumo profesionalismo, de entrega real, y con Nara Telmer se sitúa entre las más grandes actrices cubanas, favorecida por un temperamento impresionante para trabajar los diálogos, las transiciones y conducir la emoción hasta las cumbres, y por una técnica exquisita que emplea siempre para darnos una lección rotunda de vida teatral.

Carlos Luis González, al asumir al protagónico Osvaldo Telmer, se asocia por primera vez a Argos Teatro y a su director. Pero no parece su debut, al contrario. Parece un actor que lleva años de entrenamiento sobre las tablas. Ha sido capaz de empaparse de la obra y de la biografía de un personaje que aquí encarna virtuosamente, con una orgánica mezcla de ternura y dolor. Ha sabido apropiarse del estilo de la compañía y del texto, responder a las exigencias formales y conceptuales que Carlos Celdrán propone a sus intérpretes, y sobre todo ha penetrado la hondura de su personaje hasta hacerlo enorme. Carlos Luis González transita con comodidad y muy verazmente por Osvaldo, va diseñando paso a paso su postura ante el acorralamiento, ante el hecho de estar obligado a echarse encima todos los conflictos. La riqueza de matices y el conjunto de recursos histriónicos de que hace gala marcan ya, dentro de su trayectoria profesional, un antes y un después de su encuentro con Mecánica, Argos y Celdrán.

Este nuevo estreno funde en un crisol cierta zona de nuestra realidad inmediata con la que hasta ahora la dramaturgia nacional no se había atrevido y la muestra sin pudor sobre el escenario, para apoyar la intención permanente de Carlos Celdrán con su compañía de hacer del teatro un foro cívico, polémico y transparente. Mecánica, en el umbral de los veinte años de Argos Teatro, es una puesta en escena esencial, concisa, valiente, defendida por un conjunto de actores que la entienden desde la raíz, que saben de lo que están hablando, y que resultan por tanto ejemplares, paradigmáticos, verdaderamente extraordinarios.

Regresar a Mecánica

Portada

 

Regresar a Mecánica

Portada