Tremenda mecánica de Argos Teatro

Por Marilyn Garbey
20 Mayo 2015 - 7:30am



Mecánica, el más reciente estreno de Argos Teatro, es otro fruto del dueto creativo conformado por Carlos Celdrán y Abel González Melo, quienes ahora enfilan sus miradas hacia una zona de la sociedad en la que se ostenta el lujo y se exhibe la riqueza sin el más mínimo pudor.

Atrás quedaron los retratos de los bajos fondos que juntos firmaron. No hay aquí chamacos desandando por los lados más oscuros de La Habana, al acecho de una conflictiva Máshenka. El director se declara: “Mecánica es el regreso de los burgueses cubanos a su salón. Su salida del clóset, su reaparición desfachatada y súbita. Con sus hábitos, sus excesos, sus dramas, su teatro. Es el salón burgués que vuelve a nosotros distorsionado pero apabullante en busca de espacio, de complejidad, de lugar”. El espectador está avisado.

Nara Telmer es el sostén de su familia. Gerente de la cadena hotelera Gran Cuba, casada con un escritor, vive en la suite de un hotel. Contempla el mundo desde una habitación climatizada y elegantemente decorada en las alturas de un decimoquinto piso, frente a la famosa playa de Varadero.

Las primeras escenas parecen sugerir que viven en el mejor de los mundos posibles, pero los diálogos irán revelando la “mecánica” que exige sobrevivir en tan alta posición de la escala social. Las tensiones del funcionamiento de la cotidianidad del hotel y los peligros que acechan la salud del turista. Las complicadas relaciones entre los trabajadores y la administración. Las disputas por llegar al poder y las tiranteces para conservarlo. La malversación de los recursos estatales encubierta bajo acciones humanitarias. La falsedad de quienes, desde puestos públicos, predican normas de conducta que chocan con sus acciones diarias.

Con semejante telón de fondo, la armonía del matrimonio Telmer amenaza hacerse trizas porque la belleza del entorno físico entra en franca contradicción con el clima ético. Y es en este punto donde se entrelaza la fábula de Abel González Melo con la de Casa de muñecas, de Henrik Ibsen.

Ya nos hemos acostumbrado a las revisitaciones del mundo de la antigüedad clásica. Medea, Antígona, Electra y otros héroes del panteón griego a menudo se toman como pretextos para mirar la contemporaneidad. Shakespeare es otro autor cuyas criaturas reaparecen con frecuencia. Romeo, Julieta, Otelo, Macbeth y el príncipe Hamlet han vestido ropajes de diversos colores y se han paseado por diferentes geografías. Sin embargo, no es habitual atreverse con clásicos de más reciente data. Por eso sorprende la apropiación que sirve de marco formal a Mecánica.

El autor confiesa por qué lo sedujo Ibsen: “…Porque permite desenmascarar la obscenidad, incluso si está oculta tras oropeles, incluso si cambian los sexos, las motivaciones, las épocas: hay una clave magistral de insolencia y desquiciamiento en la estructura ibseniana que nos ayuda siempre a comprender (a comprendernos en) el horror del presente”.

Esta vez será Osvaldo quien invitará a Nara a sentarse, ella será obligada a escuchar las razones que explican su proceder, errático y desesperado, para salvar a su familia y a su matrimonio. Pero el protagonista de esta Mecánica, tal y como un siglo antes le sucediera a Nora, espera un milagro que no se hace realidad. Ahora no habrá portazo final, pero la sorpresa no se hace esperar. La respuesta de Osvaldo estremece porque su actitud es tremendamente consecuente con ese estilo de vida que se ha labrado, que no será alterada por moraleja alguna.

La puesta en escena reúne a un elenco de actores que ya acumulan vasta experiencia en Argos Teatro, lo cual les permite alcanzar altos niveles de competencia profesional. Durante buena parte de la obra Yailín Coppola y José Luis Hidalgo cargan con el peso de la representación, a partir de sus magníficos desempeños al asumir personajes en apariencia secundarios, pero que mucho contribuyen al desarrollo de la trama.

En las escenas finales, a tono con las exigencias de su heroína, Yuliet Cruz se alza como una actriz inmensa, para encarnar a esa Nara Telmer aferrada a la posibilidad de salvarse a toda costa. Rachel Pastor, en las breves apariciones de la vicegerente de Sanidad, demuestra su talento listo para asumir empeños de mayor rigor. Carlos Luis González debuta en el teatro con esta pieza y lo hace serenamente, presto a revelar sus aptitudes para dialogar con el público sin mediadores tecnológicos, en perfecta armonía con sus compañeros de elenco.

Abel González Melo ha decidido sondar otros caminos con su dramaturgia. Después de indagar a fondo en la marginalidad, de descubrirnos los lados más sórdidos de la ciudad, de revelarnos la humanidad de los desclasados, se adentra ahora en un terreno donde el lujo y la riqueza no necesariamente van de la mano de la virtud y la bondad, de la generosidad y la sabiduría.

Carlos Celdrán llevó a escena Chamaco y Talco, de González Melo, y logró con la primera uno de los momentos más extraordinarios del teatro cubano en los últimos tiempos. Ahora se ha dejado seducir por los personajes de la trilogía Verano Deluxe para explorar el entramado social que construyen nuestros nuevos ricos y, a temprana hora, descubrirnos sus rostros y mostrarnos sus comportamientos. Por tanto, las exigencias formales son otras. Vestuario y escenografía admiten hermosos ambientes, con los colores que dicta la moda, en trajes de marca y muebles de diseño, lo cual constituye un giro radical no solo en lo estético sino también en las labores del oficio, y hasta la escenografía fue construida por el equipo de realización de Argos Teatro.

La temporada de Mecánica recién comienza, y ya se sabe que el buen teatro es como el buen vino, que se añeja para la plenitud del espectador. En cada encuentro con el público los actores encontrarán matices que harán crecer a los personajes; escucharán aplausos y voces discrepantes, gentes asombradas ante el retrato descarnado de circunstancias que algunos ni sospechan que existen y que otros no quieren ver en toda su magnitud.

No sé si esta “mecánica” teatral cumple rigurosamente con las leyes de Newton, solo sé que aún queda mucho por hablar de los temas que propone. De capas sociales y de la impronta de las mujeres en la contemporaneidad, del rol del teatro como catalizador de opiniones y del intercambio generacional entre teatristas, por solo esbozar algunos. Vi una función donde el público reaccionaba ante cada frase del texto, ante cada gesto de los actores. Se me antoja pensar que es un buen augurio de lo que vendrá.

 

 

 

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