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Samuel Beckett y Final del partida:
¿Ad absurdum o… El sueño de la (sin)razón?

 

Por: Waldo González López

18 de Mayo, 2009

Samuel Beckett y <i>Final del partida</i>: <br>  ¿Ad absurdum o… El sueño de la (sin)razón?Foto: Franco Bozzo

Surgida en los años de la posguerra, y considerada en su momento como la más importante revolución escénica tras la chejoviana El jardín de los cerezos, llegaría la novísima estética del teatro del absurdo, con el rumano Eugene Ionesco, al que seguiría Samuel Beckett (otro de los cinco Premios Nobel que aportará la breve y grande comunidad irlandesa). El teatro del absurdo conmocionaría, primero, la escena europea y, luego, las del resto de los continentes con las supuestas ilogicidad, sinrazón y absurdo que, desde su aparición, lo definirían tal una marca identitaria, al margen de zonas, lenguas y geografías. Pero, ¿por qué aparece esta singular corriente…?

EL REALISMO DE LA IRREALIDAD

El teatro del absurdo trataría, desde su surgimiento, de llevar a las tablas la concepción contemporánea del mundo y de la existencia. Tras las absurdas e irracionales (pero tan creíbles como su propia aparición) Guerras Mundiales, que sacudieron al orbe y transformaron a los «humanos, demasiado humanos» (según sentenciara un notable filósofo-poeta), el Hombre dejó de creer en el Racionalismo que, desde siglos atrás y, particularmente, desde el XVIII, abasteciera a Francia de un pensamiento de alta valía enciclopedista, nutrido por un haz de grandes pensadores. El arte respondería a ese pensamiento; en consecuencia, todo acto podía ser explicitado racionalmente como un efecto necesario de una causa...

Mas, diversas causas gravitarían en torno al fenómeno para transformarlo con una violenta vuelta de tuerca. De esta suerte, desde la segunda mitad del siglo XIX, el arte y la ciencia comienzan a descubrir grietas en la armonía racional, en la construcción lógica, en las leyes derivadas de los principios de Newton y, en especial, a partir de la aparición de la teoría de la relatividad, se trastocaría aún más todo.

Con este enorme cambio, se asestaría un terrible golpe a los fundamentos del pensamiento lógico. De ahí que, con esta nueva situación, ya las cosas no serán iguales ni los propios personajes de las obras (absurdas) se comportarán con la normal ratio de antes. Por consiguiente, lo absurdo y lo irracional lo expresará el teatro con personajes que dicen y hacen cosas sin ningún sentido, razón ni explicación. En fin, el significado estará justamente en la ilogicidad de tal expresión.

EXPRESIÓN DE UNA ESTÉTICA

En el teatro del absurdo, el lenguaje antes normal ya no será el medio de comunicación que también antes era normal entre público y actores. Con nuevos significados y significantes, el lenguaje devendrá un fin en sí mismo; y, sin contenido intelectual, trasmitirá un efecto dramático ajeno al significado de las palabras, en tanto, el lenguaje tiene el poder de crear y, asimismo, destruir…

En consecuencia, para decirlo de una vez: además de otros aportes, el teatro del absurdo incorporará al arte dramático la esfera de lo irracional, el territorio del inconsciente que acecha la acción del hombre desde el mundo de los sueños, tal ha definido un estudioso.

Y si a ello añadimos que Martin Esslin acuñaría el término de teatro del absurdo para agrupar a un breve pero brillante grupo de dramaturgos muy diferentes entre sí, toda vez que sus propósitos, estilo y temas son también distintos, si bien todos poseen rasgos comunes: desde Ionesco, Beckett, Adamov en la primera etapa, y en la segunda: Genet, Pinter y Arrabal.

De cualquier modo, la estética del absurdo sería quizás mejor definida por uno de los pilares de la escuela existencialista -- con la que tantos puntos de contacto tiene --, Albert Camus, quien señalaría:

¨El hombre es un exiliado, puesto que ha sido privado de las memorias de una patria perdida, así como de la esperanza de una tierra prometida por venir. Este divorcio entre el hombre y su vida, el actor y su escenario, compone verdaderamente el sentimiento del Absurdo¨.

¿EL SENTIMIENTO DEL ABSURDO?

En Final de partida, la más reciente puesta del relevante director general y artístico de Argos Teatro Carlos Celdrán, se dan cita, como en otros de sus exitosos títulos, elementos que, reunidos en inusual encuentro, constituyen algunos de los rasgos más plausibles de la compleja y atrayente estética del teatro del absurdo, a saber: el nonsense (sin sentido), el absurdo de lo cotidiano, lo paródico, el humor negro, la crueldad de situaciones no menos cotidianas que, también a veces, vemos en las calles…

Y creo que por aquí anda uno de los grandes méritos de la poética celdraniana, que aquí alcanza otro momento de altísima cota y no menor valía.

Estética teatral que se vale de importantes expresiones artísticas ─ la cinematografía, las artes plásticas (y entre ellas, en primer lugar, el diseño escénico), la música contemporánea… ─, hay en sus propuestas una como performance total, ya que los elementos puestos en el juego escénico los ha combinado, y ya fundidos en la escena, nos seducen con el «raro», extraño y convincente arte de lo no común, lo inesperado, lo antes muy pensado y luego, tras horas, días y meses de sólida conceptualización, entregado a un público, el suyo, que, por conocer de tales augurios, asiste, expectante, a sus espectáculos y los aplaude con el convencimiento de haber visto las mejores entregas escénicas de la Cuba contemporánea.

DEL TALENTO Y LA CALIDAD

Munido de estas virtudes de arriba, y apoyado por un equipo cómplice con su estética en sus valiosas propuestas, a Carlos Celdrán y su más reciente puesta, le asisten: desde el diseño de escenografía a cargo de Alain Ortiz; de vestuario, por Vladimir Cuenca y de luces, por Manolo Garriga, como el de banda sonora del propio Celdrán, hasta llegar a la tan ardua caracterización de Pancho García en su sentado e inolvidable Hamm que, en virtud de la fuerza/energía/tensión generada por su paralítico personaje, en la piel del experimentado actor, parece que saltará sobre su amo-esclavo (o viceversa), hasta llegar al bien asumido Clov de Waldo Franco (a quien he visto ─ atendible ascenso mediante ─ durante sus más recientes interpretaciones), como en las breves, pero singulares interpretaciones de José Luis Hidalgo (Nagg), como de Verónica Díaz y Daisy Sánchez (Nell), todo en esta reciente Final de partida, a lo Carlos Celdrán, se pone de acuerdo para constituir uno de seguros títulos que, sin duda, tendremos en cuenta los críticos para la concesión de los premios anuales a las mejores puestas.

Fuente: CUBAESCENA

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