marzo-abril 2000


Opiniones de varios críticos teatrales sobre
El alma buena de Se-Chuán
de Carlos Celdrán


LA PUESTA EN ESCENA DE EL ALMA BUENA DE Se-CHUÁN, dirigida por Carlos Celdrán no es un hecho aislado o coyuntural, sino que responde a la empecinada presencia de Brecht, retomado hoy por los más jóvenes, como Argos Teatro hiciera con Baal. Y por supuesto, no se trata del "brechtismo" acrítico que funcionó como aprendizaje, sino del legado que depositaron Raquel, Vicente, Roberto, Flora y Berta, entre otros, en la memoria de la escena cubana, que en los 90 no renuncia a su voluntad política, ni se repliega ante las grandes ideas que El alma buena… nos pregunta. Hoy, como hace cuarenta años, la obra nos asombra sólo que de manera diferente. El ejercicio de la bondad y la justicia se enfrenta, como en la sociedad cubana, a la doble moral, el debate ético, la carencia material y por eso el "doble" de Shen-Té se nos hace doloroso y actual. Aunque el montaje tiene desigualdades notables, transpira sinceridad y valentía, transcurre en un espacio reconquistado para la experimentación, el noveno piso del Teatro Nacional, colmado de jóvenes como la heroína, y muestra un incipiente estilo de actuación que, basado en el desenfado, y una visualidad muy propias, empiezan a identificar a Celdrán. La puesta "cita" los conocidos efectos de distanciamiento al mismo tiempo que plantea un agon aristotélico entre el ejercicio del bien y las fuerzas que se le oponen con una imaginativa contextualización. (Rosa Ileana Boudet)


Escuchar a una joven actriz que asume responsablemente su rol dual de antípodas —Zulema Hernández en Shen-Te/Shui-Ta—lanzarnos a la cara frases como "los que tienen menos son los que dan más". "¿cómo se puede ser buena cuando todo está tan caro?",o "es necesario que haya uno, por lo menos uno, que se eleve por encima de esta miseria, por encima de todos nosotros", entre pacas y cajas de tabaco y sonoridades radiales perfectamente referenciadas en el aquí y ahora, es comprobar cómo la escena cubana sigue proponiendo un diálogo crítico y productivo, en el más cabal sentido brechtiano, con su realidad y con su público. El debate entre valores tan universales como el bien y el mal no es un asunto elemental ni superado por el hombre en la manera tierna, dolida y apremiante en que estos jóvenes lo asumen desde sus propias y relativas experiencias y nos enfrentan a ellos al borde del siglo y el milenio. (Vivian Martínez Tabares)


Vale recordar que El alma buena de Se-Chuán fue el título que sirvió de arrancada conceptual a la decisiva fundación de Teatro Estudio. Su regreso se produce en circunstancias bien distintas a las de aquella puesta de Vicente Revuelta, sobre todo porque la idea del teatro político es bien otra. No me refiero a las obvias diferencias sociales, sino más bien al costado estético del asunto. Ahora Carlos Celdrán deja muy poco de las teorías del Teatro Épico, con la que otras generaciones se alimentaron y hasta se indigestaron. Argos Teatro retoma un Brecht más apegado a lo humano, lo individual, lo sensitivo. El alma buena... tiene, además, el mérito cardinal de recordarnos la utilidad y el poder de fascinación del teatro de compañía, después de varios años en que han abundado los elencos reducidos y toda una caravana de monólogos. Si al año logramos ver cuatro o cinco espectáculos con esa energía y esa precisión escénica; con esa emotiva lucidez, la escena cubana habrá comenzado a salvarse. (Amado del Pino)


Si hace 40 años Vicente Revuelta abría nuevos caminos para el teatro cubano con el estreno de El alma buena de Se Chuán, es un signo positivo que Argos Teatro vuelva a Bertolt Brecht en los 90. Este grupo, de corta vida, compuesto por gente joven, decide representar esta pieza, en un espacio no convencional, donde los espectadores se encuentran muy próximos a los hacedores en las dos horas que dura la representación y propone un planteamiento ético: la necesidad de hacer el bien en un mundo deshumanizado. Con esta puesta en escena, Carlos Celdrán reafirma su credo estético: la necesidad de trabajar a partir de textos dramáticos, la urgencia de rodearse de colaboradores que comparten ideas sobre el teatro y la vida, su preocupación por comunicarse con los espectadores, el uso en vivo de la música, el empleo de elementos contemporáneos en el vestuario y la escenografía y una vocación por indagar en nuestro aquí y ahora. Este montaje evidencia la voluntad de su director por limar los desniveles actorales de su equipo. (Marilyn Garbey)


Volver a Bertolt Brecht es, si no un lujo, una necesidad de primera Índole que Carlos Celdrán no ha sabido negamos. Insistiendo en una galería de personajes donde la búsqueda de la verdad humana se resuelve en conflicto y desgarramiento, el director probó fuerzas en Baal y ahora se arriesga en una pieza mayor del mismo dramaturgo. Limpieza escénica, cuidado composicional y algunas actuaciones de valía son sus mejores armas. Creo, sin embargo, que el mayor triunfo de esta puesta, a la que el público respondió amplificando el aplauso que ya mereciera el empeño precedente de Argos Teatro, ha sido demostrar la validez de un texto y un ideólogo, o moralista, como Bertolt Brecht. Ambivalencia y final abierto que dejan, en el espectador —mayoritariamente joven— latiendo las preguntas que desde otra resonancia, cuarenta años atrás, provocara el montaje de esta misma pieza que firmara Vicente Revuelta. El paso que Argos Teatro se exige con esta obra a sí mismo es el de una creciente madurez, que deberá ser ratificada en su próximo estreno, dentro del propósito estilístico y el afán de diálogo que viene confirmando el talento de su director. (Norge Espinosa)


Carlos Celdrán ha realizado un espectáculo, que a diferencia de otras muchas producciones actuales, tiene plena conciencia del panorama teatral que lo circunda. El trabajo para un público esencialmente joven —que no le resta a la puesta efectividad en la comunicación con cualquier espectador— condiciona todas las etapas del proceso creativo, desde los arreglos dramatúrgicos, la factura de la imagen escénica y las interpretaciones de los actores, dotando al montaje de una dirección y un sentido específico. La acertada selección de un texto sumamente expresivo y humanamente muy valioso, asumido desde un compromiso artístico con nuestro entorno sociocultural, lo convierten en un espectáculo cubanamente universal sobre la identidad y la libertad del ser humano. En un panorama teatral con espectáculos muchas veces cimentados sobre vacíos esencialmente ontológicos, que no pueden sino calificarse como cascarones teatrales, El alma buena de Se-Chuan se levanta entre ellos surgido desde el alma misma de sus creadores. (Arturo Infante Vieiro)


El alma buena de Se-Chuan no sólo devuelve la figura del más clásico Brecht—fresca y renovada— a la escena cubana, sino que rearticula, además, un hacer que había desaparecido de nuestros escenarios y del cual quedan pocos y muy dispersos exponentes. Carlos Celdrán liderea así una poética que bebe en la fuente del teatro realista interesándose particularmente en las posibilidades del actor como "relator" y comunicador de una historia que debe ser contada. El actor pone en juego sus realidades y conflictos cotidianos, lo cual abre el espectáculo e invita a un público diverso; Shen-Té no es ya una metáfora del cubano sino del presente mismo de la nación. Argos Teatro transita ahora un camino arduo, que incluye la formación de jóvenes actores y la revisión de la noción de teatralidad, convirtiéndose en una de las más valiosas experiencias de la escena cubana actual. (Jaime Gómez Triana)


Hay en El alma buena... —y en el alma buena de Celdrán— una intención de acercar a los actores de Argos Teatro al maestro Bertolt Brecht. Jóvenes en su mayoría, asumen ellos a los personajes que rodean a Shen-Té y a Shui-Ta, como jirones de sí mismos, y atrapan la realidad circundante introduciéndola en las finas hendiduras que el rejuego brechtiano posee. La doble caracterización de Zulema Clares, ingenua o agitada, subvierte el discurso político de muchos parlamentos y proyecta la pieza en su hondo estudio humano. El director construye una estética del extrañamiento muy peculiar, al asociar principios del teórico alemán con urgencias más contemporáneas. (Abel Gozález Melo)


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