regresar a chamaco fotos espectáculos portada
La
historia de un chamaco
Por: Marilyn Garbey
23/06/2006
foto: Pepe Murrieta
En estos días La Habana es testigo de un suceso teatral: el
estreno de Chamaco, del joven dramaturgo Abel González Melo por Argos
Teatro, bajo la dirección de Carlos Celdrán. La sala del 9no piso
del Teatro Nacional de Cuba ha resultado pequeña para la avalancha de
espectadores, deseosos de encontrarse con esta visión teatral del
devenir cotidiano de los cubanos.
González Melo se inscribe en la tradición dramatúrgica cubana
con un tema que obsesiona a nuestros autores, la familia; pero su familia vive
en el siglo XXI y sus conflictos son los que padecen quienes existen en nuestra
amenazada contemporaneidad. De ahí que no sea esta una familia tradicional,
de ahí el tono descarnado de contar los sucesos.
La Habana de noche es el escenario, la ciudad que no sale en los anuncios
publicitarios, esa que la prisa solo permite entrever al caminante, que tiene
códigos cerrados e inviolables, perjudicial para la familia de bien. La
obra transcurre durante los días cercanos a la Navidad, días que
son pretextos para el consumo de algunos y motivo para estrechar los lazos familiares
para otros. Un joven es apuñalado en el Parque Central. Una hermana espera
a su hermano para cenar. Un tío denuncia a su sobrino a la policía.
Una guardaparque no tiene nada para alimentarse. Un travesti espera a un policía.
Uno de los méritos de esta pieza es la posibilidad de lecturas que ofrece.
Puede asumirse como una intriga policial, dado el hecho que la policía
debe encontrar al asesino. Es un drama familiar porque las contradicciones entre
el padre y sus hijos desatan dolorosas situaciones. Es un drama juvenil porque
presenta conflictos de ese grupo generacional, al cual pertenecen el asesino
y su víctima. Es un drama de la soledad porque esa es la eterna compañía
de los protagonistas. Es un drama sexual porque el sexo mueve las relaciones
entre los personajes, disfrazando sentimientos, develando ansias inconfesables.
Es una visión descarnada de esa familia cubana, salpicada de ternura,
de profunda compasión por esos hombres y mujeres que luchan por sobrevivir
día por día, donde todos son responsables de sus actitudes como
el joven Karel Darín, quien sobrevive en la calle, traficando con su cuerpo
en la oscuridad de la noche y en el día vive un amor limpio con Silvia;
como el abogado Alejandro Depás, padre de familia que en la noche
persigue jovenzuelos por las calles habaneras. Es una historia realmente
conmovedora.
Habrá que resaltar la inteligencia del autor al trazar los rasgos de sus
personajes, su capacidad para seleccionar los sucesos, su sensibilidad para captar
el espíritu de la época en que vive, para concebir diálogos
de hondura.
-Carlos Celdrán estrena el texto de un dramaturgo cubano, después
de asumir la dirección de autores clásicos -Ibsen, Strindberg,
Calderón, Brecht, Azama. Y es motivo para el regocijo que uno de nuestros
directores más reconocidos decida, por fin, fijar su atención en
uno de sus contemporáneos cubanos, conste que no refrendo aquella estúpida
acusación de que su obra anterior no era teatro cubano, pero creo que
Abel debe considerarse como un afortunado por el hecho de que su texto se estrenara
por un grupo como Argos Teatro, por la posibilidad de crecimiento espiritual
que representa para él y para su obra.
Celdrán expone sus razones en el programa de mano de la puesta en escena: “El
teatro cubano necesita escritores que actualicen y registren las pérdidas,
el paso veloz hacia el olvido de tanta vida minuciosa y oscurecida por los cenitales
de la historia (...) validación de las pequeñas tormentas diarias
que testimonien la vida que ya no se contará después...”
El equipo de realización de la puesta en escena incluye a Alain
Ortiz en el diseño escenográfico, a Vladimir Cuenca en el diseño
de vestuario, Manolo Garriga asumió el diseño de luces. Carlos
Celdrán asumió la dirección y el diseño sonoro y
aunó los esfuerzos de los integrantes de Argos Teatro.
Para Pancho García vayan mis más calurosas congratulaciones por
su actuación magistral, para Fidel Betancourt y José Luis Hidalgo
vayan, también, mis aplausos. Ellos se destacan como parte de un elenco
que trabajó cohesionadamente para compartir con los espectadores
los conflictos de los personajes que encarnan.
Sorprendente y gratificante ha sido, y es, la respuesta del público que
viene a encontrarse con un espejo de su realidad y encuentra deseos, pasión,
amor, sexo y muerte, a encontrar en el teatro un retrato hecho a su medida.