Chely Lima

Especial/El Nuevo Herald

El Jerry Herman Ring Theatre y el Departamento de Lenguas Modernas y Literatura de la Universidad de Miami, en asociación con FUNDarte, dieron inicio al Primer Festival Internacional del Teatro de Virgilio Piñera con la sala abarrotada a pesar de la persistente llovizna. El grupo Argos Teatro, recién llegado de La Habana para participar en el evento, trajo consigo la puesta espectacular de un clásico virgiliano: Aire frío, con dirección general y artística de Carlos Celdrán, asistencia de Yeandro Tamayo y producción de Jorge de la Garza.

Admirable arte el de Piñera, tan visceralmente cubano y tan universal al mismo tiempo; la crónica que recoge 20 años de vida y sucesos de los Romaguera da forma a una historia en la que no podemos dejar de reconocernos como nación, como productos de la cultura latina y como integrantes de la familia humana: de crisis en crisis, ahogándonos de calor dentro del ambiente enrarecido, casi tribal, donde la angustia por la supervivencia se atiza con el amor filial y el resentimiento, los desgarramientos y los secretos a voces entre los que se cuece la intimidad de cualquier parentela.

Cuanto sucede en la obra, tiene lugar en una desangelada sala-comedor, que sirve además como taller de costura de la hermana que lucha y dormitorio del hermano que sueña; aquí la parquedad de la escenografía de Alain Ortiz abre espacio para que los actores puedan evolucionar en una laboriosa coreografía que revela la mano maestra de Celdrán para mover personajes.

La Luz Marina de Yuliet Cruz supera todos los desafíos que se desprenden de un papel que ha sido llevado a escena por actrices memorables del teatro cubano; ella consigue hacerlo atemporal y vigente a la vez, trágico sin perder la tortuosa comicidad que es el sello del autor. El resto del elenco sigue la pauta de excelencia, con Verónica Díaz y Pancho García, como Ana y Ángel respectivamente; Alexander Díaz como Oscar; José Luis Hidalgo en el papel de Enrique; Waldo Franco como Luis; una Laura (compartida por las actrices Edith Obregón y Rachel Pastor) cuyas breves apariciones son inevitablemente celebradas por el público, y la participación especial de Michaelis Cué en el papel de Benigno.

Por lo demás, buen diseño de vestuario de Vladimir Cuenca, pensado para resaltar la grisura de la existencia de los personajes. El diseño de luces de Manolo Garriga apoya con efectividad el trabajo actoral. La música, en cambio, es la cenicienta del espectáculo, porque no acaba de integrarse al ambiente de la puesta y se limita a fungir como cortinas que separan un acto del que le sigue.

El espejo simbólico que Piñera y Argos plantaron sobre el escenario la primera noche de festival provocó en los espectadores emociones casi tan complejas como las que agitan a los miembros de la familia Romaguera en su desastroso nido de Animas 112: el público rió a carcajadas durante toda la representación, en tanto muchos lloraban y otros no podían dejar de reír mientras lloraban, signos que probablemente confirman que, a fin de cuentas, el pretendido absurdo de la obra de Virgilio no es sino el reflejo de una realidad donde lo normal viene dado justo por la persistencia del absurdo cotidiano.

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‘Aire frío’, espejo del absurdo cotidiano