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Aire frío, como siempre  (2012/02/20)
Por: Marilyn Garbey garbeymarilyn@yahoo.es


La obra de Virgilio Piñera vuelve a la escena cubana en el centenario del natalicio de su autor y a cincuenta años de su estreno. “Aire frío”, según Carlos Celdrán y Argos Teatro, se confirma como uno de los más fidedignos retratos de esta Isla, rodeada de agua por todas partes.
El drama de la familia de Ánimas 112, los Romaguera, a lo largo de 18 años estremece. Es esta una familia común y corriente, cuyas aspiraciones siempre se frustran. Luz Marina, la protagonista, se obsesiona con la compra de un ventilador, cual tabla de salvación para apaciguar el calor, y resolver sus problemas. El padre, Ángel, emprende negocios con la idea de salvar a la familia de la miseria, pero están predestinados al fracaso. Oscar, el poeta, viaja a la Argentina y  regresa tan pobre como se fue. Enrique, el único que vive holgadamente, no contribuye al patrimonio familiar. Luis regresa sordo de Nueva York. Ana, la madre, sufre en silencio.
Piñera situó su argumento en 1958. Celdrán lo retoma para hablar de la Cuba de hoy, de cómo en el siglo XXI, las expectativas de vida de Luz Marina no logran materializarse: no alcanzará comprarse el anhelado ventilador, tan solo podrá matar las cucarachas que invaden su casa, una casa donde el único cambio en 18 años ha sido la instalación de la luz fría.
Para contar la historia el director, en colaboración con Alain Ortiz como diseñador de escenografía, ha construido la sala de los Romaguera: la mesa comedor, el sofá donde duerme el poeta, el escaparate donde descansa el teléfono, y la máquina de coser, el centro de la existencia de Luz Marina, que garantiza el pan. Todos los objetos llevan las huellas del paso del tiempo. El vestuario ideado por Vladimír Cuenca es otra manera de definir a los personajes. Pongamos por ejemplo a Oscar, cuyo desenfado en el vestir denota su desapego de los aspectos materiales de la vida. Las luces de Manolo Garriga sugieren los cambios temporales. Es decir, la visualidad del montaje traduce, en forma expresiva, el drama de los Romaguera.
Sobre las actuaciones me atrevo a afirmar que Carlos Celdrán ha logrado algo inusitado en estos tiempos en el teatro cubano, que todos los integrantes del elenco alcancen un loable  desempeño escénico. Yuliet Cruz emprendió un reto enorme, pues además de encarnar a uno de los personajes más difíciles de la dramaturgia cubana, tuvo que lidiar con el peso de la tradición: la leyenda de Verónica Lyn en el estreno de la obra, y el eco de las actuaciones de Miriam Learra e Isabel Santos en sucesivos períodos. Pero la joven intérprete sale airosa, ella es la  Luz Marina del siglo XXI, nuestra vecina, nuestra contemporánea. Permanece todo el tiempo en escena y no se distrae nunca, es el centro de la familia, capaz de lidiar con la miseria, cuidar de los padres envejecidos, costear la impresión de un poemario cuyos versos apenas comprende, casarse con el primero hombre que el pase por delante. La actriz puede ir de la risa al llanto, del exabrupto a la compasión, basta un gesto exacto o la intensidad de la mirada para expresar los sentimientos del personaje.
Pancho García confirmó por qué fue elegido Premio Nacional de Teatro 2012 y traza, con su Ángel Romaguera, el dibujo de la vejez de manera magistral. Verónica Díaz devela, admirablemente, porque lo hace sin estridencias, el carácter sufrido de la madre. José Luis Hidalgo borda, con plena seguridad en sus posibilidades actorales, el retrato de ese hombre que se mueve entre el éxito en los negocios y la endeblez de su familia. Alexander Díaz, en el rol del poeta Oscar, lo proyecta con sutileza, y establece un sabroso diálogo con Yuliet Cruz como Luz Marina. Waldo Franco realiza un extraordinario trabajo de voz con Luis, el sordo. Edith Obregón y Rachel Pastor, alternan el rol de la vecina, en pequeñas apariciones en las cuales exponen la diversidad de sus talentos. Michaelis Cué, en actuación especial, logra uno de los mejores momentos de la función al llevar casi hasta el delirio la  irrupción de Benigno en el hogar de los Romaguera.
Carlos Celdrán vuelve a dialogar con un dramaturgo cubano. Antes fueron Abel González Melo y Amado del Pino, ahora es el dramaturgo mayor, el indomable Piñera, porque encontró en su poética una mirada lúcida y reveladora del ser cubano. En plena madurez, y  para celebrar los 15 años de Argos Teatro, Celdrán asume uno de los más grandes desafíos de su vida. “Aire frío” y Piñera se han convertido, en virtud del  talento del director, en una obra y en un autor muy cercanos a nuestra sensibilidad. Es un certero reflejo de nuestras expectativas y de nuestras angustias. Es un retrato de quiénes somos. Tal vez por eso estremece tanto.

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