XVI FESTIVAL INTERNACIONAL DE TEATRO DE CARACAS, VENEZUELA

 

La irreverencia del cuerpo: Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini

Juan Martins

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Se está poniendo en evidencia el dominio actoral como modalidad estructurante de las propuestas escénicas. En este caso “Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini” de Michel Azama y bajo la dirección de Carlos Celdrán, en el que pudimos notar poca ambición escenográfica para que se imponga la línea actoral como eje de significación. Esto es, que el público aprecie desde el discurso narrativo de la pieza antes que las imágenes, sin que éstas a su vez queden suprimidas por las condiciones de la dirección actoral. Por el contrario, imagen y signo actoral complementan aquella unidad de significación: el actor. A Celdrán le interesa las condiciones de ciertas gramáticas teatral en tanto que los personajes desarrollan la sintaxis del relato teatral. Es decir, la historia está definida de modo decisivamente narrativo cuando se dispone de la “Narradora”, bien representada por Iliana Rodríguez. Y es ése precisamente la naturaleza de su compromiso, “echarnos” el cuento de lo que sucede a modo de que ella sea una conexión con el público. No debe quedar ninguna duda sobre la historia. Y así es, dado el carácter biográfico de la propuesta. En el contexto de un país como Cuba es un “documental” que denuncia. Habría que ver los alcances estíticos del mismo porque sino estaríamos ante un panfleto y nada más lejo de este espectáculo por lo que pudimos apreciar. Quienes estuvimos esa noche en el Ateneo de Maracay disfrutamos de teatro bien hecho y contenido de instrumentos sígnicos los cuales otorgan estructura actoral. Las actuaciones centraban ese interés de narrar lo que exije una dirección impecable en el tratamiento de sus actores sobre el espacio escénico, estrechando la relación entre el actor y el espectador. Así, la intensidad de los personajes se integraba al nivel emocional del público. El aspecto emotivo de los personajes no llegaba por el camino de la interpretación del actor (me refiero a la lectura semiológica del texto). De modo que la representación ocupa el espacio humano y sensible de cada uno de los personajes involucrados. Pero el sentido de los personajes se nos signa, reitero, por medio de una identificación interpretativa y semántica del texto: cada actor lemita en esa estructura discursiva. Las emociones —y el hecho de que este trabajo nos haya conmovido— nos condicionaba hasta el final de la historia. De allí que la dirección actoral se sostiene con un lenguaje sólido o coherente con su objetivo: un trabajo cuya importancia reside en los personajes y sus diferentes interpretaciones actorales.
Me atrevo a anunciar que el espacio prolijo de decorados al punto que los personajes entran y salen de él, como si nos introdujéramos en un fragmento de la memoria o de la vida de Pier Paolo Pasolini, tenía el propósito conceptual de colocarnos en un “espacio vacío” similar a los recuerdos de los espectadores. Claro que es a propósito por parte de Celdrán. Y esto lo explica el hecho de se desarrolle la historia en una playa en las afuera de Roma donde dan muerte a Pasolini: vida y muerte como síntesis. Por una parte, aquel encuentro con el espacio vacío subraya una concepción que quiere darle al actor su protagonismo estético. A mi modo de entender se construye una poética en las que las emociones elaboran aquellos nexos con el público.
El actor en este caso va intelectualizando sus emociones hasta construir el perfil de sus personajes, centrando la historia alrededor de éste, Pasolini. De manera que los hechos que acontecen destacan su nivel biográfico y de denuncia política.
Cada uno de los actores es conducido bajo ese criterio de la dirección. Por tanto, una vez que lo alcanza, precisa la puesta en escena. Por ejemplo, hay que destacar la actuación de Pancho García quien estructura su personaje en función de esta propuesta. Diría que de modo magistral. El resto del elenco mantiene sus niveles, puesto que la dirección actoral lo registra así. Cada quien desarrolla su rol de acuerdo a su compromiso con la puesta en escena.
El elenco mantiene esa estructura profesional y esto nos está diciendo de su dirección y propuesta estética. Se conoce el oficio desde el ejercicio escénico cuando se dispone de entradas y salidas de actores y actrices sobre cualquier lugar o espacio escénico. Tan sencillo como eso. Pero por más sencillo que parezca no vemos eso en cada director que se para por el escenario.
Alexis Díaz de Villegas nos representa a Pier Paolo Pasolini delimitando al personaje desde una figura creíble a los ojos del espectador: la vida de un intelectual contemporáneo que manifiesta su descontento con el poder y la falsa moral de éste. Personaje este que fue reprimido por su noción de esteta irreverente y su condición de hombre homosexual, víctima de ello hasta la muerte. Al exhibir esto en escena exije a los espectadores a dialogar con sus realidades o con sus contextos políticos. Por tanto tenemos aquí una puesta en escena rebelde y provocadora. Esto quiere su director y lo logra.
Alexis Díaz sostiene a cabalidad el discurso de su director. El personaje va introduciendo sus niveles emotivos desde una interpretación orgánica del actor. Trataré de explicar qué significa esto: la emoción, insisto, se va caracterizando hasta encontrarnos con un proceso racionalizado de parte del actor: hacer del personaje una presencia física y una identidad intelectual mediante la noción de vida de éste. Hasta allí los espectadores nos conmovimos: la muerte del personaje es la entrada a la reflexión por parte de nosotros como espectadores. Aquí todos coincidimos con la lectura de un texto de Michel Azama que aborda aquí el problema de la violencia, el amor y las contradicciones sociales.
Ineludible para un público como el cubano porque necesita que su realidad se le reconozca: “Son los años 70 – dice Carlos Celdrán en el programa de mano –, (…) entre nosotros son años también difíciles, la intolerancia toma cuerpo y hace estragos…”. Entonces, se nos otorga aquí una máxima del arte: desde una codificación estética una denuncia social, una teatro comprometido con las emociones de su público. Un aplauso por todo y saludos a “Argos Teatro” de Cuba.

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